La resiliencia, la capacidad de recuperarse de las dificultades, es una habilidad vital a la que todos podemos acceder. Con paciencia y perseverancia, podemos superar los momentos difíciles y salir fortalecidos.
La palabra resiliencia deriva del verbo latino resilire, que significa retroceder o saltar hacia atrás. Según la Asociación Americana de Psicología (APA), la resiliencia se refiere a nuestra notable capacidad para adaptarnos o superar la adversidad.
En nuestro viaje humano, a menudo nos enfrentamos a momentos difíciles que pueden hacer que parezca difícil conectar con la resiliencia o creer en ella. Pero la resiliencia no es algo fijo o que desaparezca; es algo que cada uno llevamos dentro, esperando a ser aprovechado.
En tiempos difíciles, muchos de nosotros recurrimos a nuestras queridas comodidades y a estrategias de afrontamiento familiares, aunque imperfectas o poco saludables, en busca de consuelo. Estas comodidades son una parte natural del ser humano, así que en lugar de avergonzarnos, podemos aceptarnos a nosotros mismos con compasión y comprensión.
Al mismo tiempo, a medida que aceptamos y nos comprometemos con nuestra resiliencia, sustituimos estos comportamientos de afrontamiento por otros que nutren y apoyan nuestro bienestar. Al fin y al cabo, es en los momentos más difíciles cuando a menudo encontramos nuestra mayor fortaleza.
¿Cómo se manifiesta la resiliencia en nuestra vida cotidiana? He aquí cinco señales a las que debemos prestar atención:
Las personas resilientes poseen la extraordinaria capacidad de adaptarse a circunstancias cambiantes con gracia y flexibilidad. Piensa en la historia de un amigo que se enfrentó a contratiempos inesperados, pero permaneció abierto a nuevas posibilidades, ajustando sus planes y encontrando soluciones innovadoras por el camino.
"Cuando hay una gran decepción, no sabemos si es el final de la historia. Puede que sólo sea el principio de una gran aventura", Pema Chödrön, When Things Fall Apart: Consejos del corazón para tiempos difíciles.
Mantener una perspectiva esperanzadora puede iluminar incluso los momentos más oscuros, fomentando la resiliencia ante la adversidad. Piensa en alguien que, a pesar de encontrarse con obstáculos, elige ver los reveses como oportunidades de crecimiento y transformación, encontrando la fuerza en el optimismo.
La resiliencia florece en el abrazo nutritivo de las relaciones de apoyo. Imagínese una comunidad de seres queridos que le ofrezcan aliento, empatía y ayuda inquebrantables, proporcionándole un apoyo vital en los momentos difíciles.
Profundizar y acceder a nuestra resiliencia significa comprender en profundidad nuestras emociones y acceder a mecanismos de afrontamiento saludables para superarlas. Participar en prácticas como la atención plena o la autorreflexión, que nos ayudan a procesar y comprender nuestras emociones, puede ser increíblemente enraizante y estabilizador.
Un sentido de propósito nos fundamenta y alimenta nuestra resiliencia, dando sentido y dirección a nuestro viaje. Pensemos en las personas que conocemos o a las que admiramos (¡tal vez ambas cosas!) y que encuentran un propósito en sus pasiones y valores, lo que les impulsa a emprender acciones significativas y a perseverar ante los retos con determinación y resolución.
Si detectamos y cultivamos estos signos de resiliencia en nosotros mismos y en los que nos rodean, podremos superar los momentos difíciles y ser realmente testigos de lo fuertes y capaces que somos.
La resiliencia engloba numerosos puntos fuertes que nos ayudan a superar los momentos difíciles. Exploremos los cuatro tipos principales: resiliencia psicológica, emocional, física y comunitaria.
La resiliencia psicológica o mental tiene que ver con nuestra fuerza interior, con cómo afrontamos las situaciones difíciles sin sentirnos abrumados (o, al menos, tan abrumados que evitamos o no podemos ver posibles soluciones o caminos a seguir). Por ejemplo, piensa en alguien que se enfrenta a un contratiempo en el trabajo pero se mantiene centrado y optimista, encontrando formas de seguir adelante.
La resiliencia emocional tiene que ver con cómo gestionamos y regulamos nuestros sentimientos, sobre todo cuando los tiempos se ponen difíciles. Consiste en saber cuándo nos sentimos estresados o alterados y encontrar formas sanas de afrontarlo, ya sea hablando con un amigo o haciendo algo que nos guste.
Nuestros cuerpos son los recipientes a través de los cuales experimentamos la vida, y la resistencia física es lo que los mantiene fuertes y vibrantes. Se trata de recuperarse de una enfermedad o lesión, mantenerse activo y nutrir nuestro cuerpo con descanso, alimento y movimiento alegre.
La resiliencia comunitaria es simplemente la fuerza compartida que surge cuando los grupos se enfrentan juntos a situaciones difíciles. Se trata de cómo las comunidades se unen, se apoyan mutuamente y encuentran soluciones en tiempos difíciles, ya sea recuperándose de un desastre natural o superando dificultades económicas. Es el poder de la conexión y la solidaridad en acción.
La resiliencia, a menudo ignorada, es nuestro superpoder secreto para superar los retos personales. He aquí tres razones por las que cultivar la resiliencia no solo es beneficioso, sino también crucial para nuestro bienestar diario:
Alivio del estrés: La resiliencia nos ayuda a superar situaciones difíciles con la cabeza despejada. Piensa en alguna ocasión en la que mantuviste la compostura durante un momento difícil, confiando en tu fuerza interior para mantenerte firme.
Autocompasión: La resiliencia nos capacita para practicar la autocompasión, ofreciéndonos amabilidad y comprensión cuando tropezamos o caemos. Imagina a un amigo cariñoso que te ofrece palabras de ánimo y apoyo, recordándote que está bien (¡y es normal!) ser imperfecto.
Aumento de la confianza: La resiliencia alimenta nuestra confianza en nosotros mismos y nos permite afrontar los retos con entereza. Recuerda una situación en la que superaste algo increíblemente difícil y saliste fortalecido; esto demuestra tu resiliencia a la vez que aumenta tu autoeficacia y confianza.
Aunque la edad, la historia personal y el entorno contribuyen a nuestros niveles iniciales de resiliencia, es importante recordar que nuestra resiliencia es fluida, no está grabada en piedra. Los niños desarrollan la resiliencia a lo largo del tiempo, lo que permite comprender mejor cómo la cultivan los adultos.
Podemos ser más resilientes si pensamos y reflexionamos con atención plena. Como parte de la terapia cognitivo-conductual, aumentar la resiliencia significa reflexionar y modificar los comportamientos y procesos de pensamiento negativos. El primer paso es hablar positivamente de uno mismo e identificar las emociones y los patrones de comportamiento positivos y negativos.
Las investigaciones sobre resiliencia también sugieren que la incapacidad para afrontar eficazmente las dificultades (por no utilizar nuestras habilidades de resiliencia) puede conducir a estados emocionales negativos o a trastornos de salud mental como la depresión, la ansiedad y el estrés.
El segundo paso consiste en aprovechar nuestra fuerza interior y adaptar habilidades de afrontamiento que atiendan a nuestras necesidades, ayudándonos a reducir los niveles de estrés.
Hay formas de respirar que repercuten directamente en nuestros estados biológicos que nos calmarán. Entre los mecanismos de afrontamiento habituales se encuentran el ejercicio, la actividad física, la respiración profunda, mejorar la higiene del sueño, dormir lo suficiente y realizar actividades o aficiones que nos gusten.
Encontrar la luz en la oscuridad puede parecer una tarea difícil, sobre todo cuando la vida nos plantea los retos más difíciles. Sin embargo, incluso en medio de las circunstancias más tormentosas, nos aguardan destellos de esperanza.
En momentos de adversidad, practicar la autoconversación positiva puede parecer inicialmente extraño o incluso frívolo. Sin embargo, las investigaciones sugieren que inundar nuestra mente de pensamientos optimistas puede acallar el ruido de la negatividad y, de paso, mejorar nuestra concentración. Al replantear nuestras perspectivas desde un punto de vista más positivo, no sólo cambiamos nuestro paisaje emocional, sino que también allanamos el camino para acciones transformadoras.
Fomentar la resiliencia requiere tiempo y práctica, no es señal de que carezcamos de ella. A veces, puede ser incluso difícil saber por dónde empezar y qué habilidades de afrontamiento utilizar, especialmente cuando no nos sentimos lo mejor posible. En estos casos, acudir a un profesional de la salud mental que pueda guiarnos en el proceso puede ser la mejor forma de autocuidado.
Todos podemos adquirir habilidades para desarrollar la resiliencia. En los momentos difíciles, podemos centrarnos en el presente (en lugar de rumiar o preocuparnos por el pasado o por los "y si..." del futuro). Con el tiempo y paciencia, podemos aprovechar las emociones positivas y la fuerza para desarrollar la resiliencia y crecer.
Resiliencia: Qué es y qué no es | Walker, B. H. (2020)
Cómo ser más resistente: 8 formas de aumentar tu resiliencia | Calma
Controlar el estrés y aumentar la resiliencia | mind.org
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